Ròmul Bosch i Alsina

Tiene la columna vertebral hundida, los hombros tirados atrás y una caja torácica voluminosa. La testa férrea apenas emerge de este torso. Los ojos miran más alto que la horizontal del mar. El hombre está medio apoyado sobre una peana, en un gesto de reposo contenido. Robert Krier ha dado a la figura, de dimensiones más grandes que las de un simple mortal, una energía furiosa. No sé bien la historia de Bosch y Alsina, pero debería ser, según Krier, un hombre colosal, a la medida de las obras del puerto, de magnitud enorme, que propugnó.

La escultura con figuras es arriesgada, y la deformación de las imágenes que consideramos reales aún lo es más. Robert Krier se ha salido, con una actitud que tiene poco que ver con el naturalismo figurativo anacrónico que daba valores absolutos a la apariencia de las cosas mientras la conciencia contemporánea propiciaba un arte fundado en la inestabilidad radical del hombre actual. Como escribe Antoni Marí, los artistas que hoy se arriesgan a la figuración "no es por ingenuidad que se arriesgan, ni por un confiado optimismo. También son suyos el temor, la duda y la perplejidad, y por ello el sentido de su figuración no es lo mismo que la figuración que se hizo en el pasado; como tampoco es la misma su voluntad formalizadora y la exigencia de su expresión ". Krier ha modelado una pieza que nos habla con voz estentórea. Pocas estatuas hay en Barcelona que exhiban tanto poder.