Joan Salvat Papasseit

Salvat Papasseit está solo en el Moll de la Fusta, como lo estaba cuando guardaba los tablones de flandes, de melis, los cedros sagrados. La idea inicial de puntear la larga plataforma de la dársena con seis esculturas de Robert Krier se revisó para reducirlas a dos: la de Bosch y Alsina a la entrada de la Rambla del Mar, y la de Salvat Papasseit, la única de la plataforma. Probablemente esta reconsideración fue acertada: el peligro de inmoderación hubiera sido elevado con tal número de esculturas exuberantes. Para que las obras de Krier tienen la virtud y el riesgo de la exuberancia. En el muelle le basta la presencia solitaria del poeta inmovilizado en bronce, como una sombra lejana de la presencia solitaria del vigilante nocturno de madera bajo la bóveda agujereada del cielo. Hasta hace poco la forma hipérbole de la estatua era el contrapunto que necesitaba la extrema austeridad del extenso muelle de adoquines proyectado por Manuel de Solà-Morales con un lúcido entendimiento de las vocaciones de los sitios portuarios. Es una lástima la sustitución reciente de este suelo por un pavimento con desniveles, subdivisiones y decorativistas cambios de material que no entienden la escalera del muelle. El poeta de la madera, desde su pedestal de basalto, parece que mire hacia el mar para no ver ornamentación urbana en un lugar que tenía la simplicidad primitiva de las obras severas y necesarias.